Orbán en Hungría, Meloni en Italia, Milei en Argentina, Trump en EEUU más la subida de la ultraderecha en Francia, en España y en toda Europa, son una oleada que parece imparable. ¿Por qué?
Las izquierdas, endiosadas por la supuesta superioridad moral de su ideología, lo atribuyen a que el electorado se equivoca al votar, a que los ciudadanos están mal informados o abducidos por los cantos de sirena del populismo.
Pero ellos se han distanciado de la realidad, de las preocupaciones de la ciudadanía y han convertido en tabús, es decir, en innombrables, temas que el país considera problemas graves y de los que solo habla la derecha.
El primero de esos tabús es la inmigración ilegal, que no se puede cuestionar sin ser acusado de racista. Pero hasta los latinos residentes de EEUU ven ilógica la entrada de más ilegales por la frontera sur.
El segundo es el cambio climático, que no se puede mencionar sin ser tachado de negacionista, pero nadie ha explicado porque la única temperatura buena es la que nos va bien a nosotros, en un planeta que ha tenido 6 glaciaciones.
Y el tercero es el feminismo radical y la violencia de género, que no se puede criticar sin ser etiquetado de machista, que es lo peor que se le puede decir hoy día a cualquier hombre.
Pero una ideología que no cuantifica a los hombres asesinados por sus esposas, ni a los menores asesinados por sus madres e induce a los alumnos de primaria a no saber si son niños o niñas, algún día habrá que suprimirla por el bien de la sociedad.
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