Ahora que se ha
descubierto el pastel de Valencia, con la cereza de como lavaban billetes de
500 euros, el electorado haría bien de reflexionar sobre las opciones políticas
y no dejarse engatusar por los cantos de sirena que prometen prebendas a cambio
del voto, porque esta actitud infantil de esperar a los Reyes Magos es terreno
abonado per estos aprovechados, apolíticos y manipuladores.
Hay que mirar más
allá de las palabras con que cada formación se describe para recordar que cada
uno es aquello que hace y no lo que dice. Yo puedo decir que soy la persona más
honrada del mundo pero si les meto la mano en el bolsillo y les quito la cartera,
soy un ladrón, aunque asegure lo contrario.
Digo esto porque
estoy harto de sentir hablar de fuerzas “progresistas“ y “conservadoras” cuando
los hechos demuestran que no son ni una cosa ni la otra. El progreso o no de un
gobierno no se puede establecer antes de hacer la gestión correspondiente sino
que se debe valorar después de la legislatura, en función del resultado conseguido.
El conservadurismo
no puede ser un grupo de aprovechados repartiéndose cargos, lavando dinero y
despidiendo a los trabajadores que no quieren participar en delitos; como el
progresismo no puede ser hacer de Papa Noel repartiendo lo que no tenemos para comprar
votos y voluntades.
Habría que evitar
el error de hipotecarnos otra vez, a nosotros y a las futuras generaciones, con
obras que no sirven para nada y que no podemos ni mantener, pero que curiosamente
tanto gustaban a unos como a otros.
Hemos de ser más
serios con los políticos, antes de que acaben de arruinar el país: Hay que controlarlos
mejor, exigiéndoles auditorias económicas de su gestión; quitarle poder a los
aparatos de los partidos con una nueva ley electoral (listas abiertas y doble vuelta);
eliminar los entes de colocación de políticos amortizados y despolitizar en
beneficio de la eficiencia, lo demás son palabras.
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