El problema es que entre sus propiedades lo contaban todo:
las tierras, los olivos, las cosechas, las casas, las personas, las alegrías y las
penas de la gente, todo. A los que les caían bien, porque eran obedientes y
decían a todo que sí, los caciques les protegían y les facilitaban la vida
dándoles trabajo, en caso contrario tenían que malvivir de la caridad o
emigrar. El miedo impedía hablar, aunque todo el mundo sabía lo que pasaba.
Estos días he recordado a los caciques gracias a la
presunta corrupción de Sabadell y a otras como el caso Palau, Nóos, Gurtel, ERE y un
demasiado largo etc. No estoy acusando a nadie de cacique, pero ¿han visto
ustedes como se parecen unas y otras actitudes? Si cambian el linaje por el
carnet político y el caballo por el coche oficial, el resto de actitudes son
casi idénticas: la incapacidad de saber donde están los límites de sus
atribuciones; el creer que todo les pertenece; el desprecio por la ley; la protección hacia “los suyos”, a los que siempre recolocan; mientras se
olvidan vergonzosamente del resto de los ciudadanos, de los que solo buscan el
voto cada 4 años y que no les molesten durante el resto de la legislatura; o
que también aquí todo el mundo sabe lo que pasa pero nadie habla, ja sea por
miedo o por desidia.
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