La semana
pasada preguntaba hacia donde vamos con un Gobierno que mira hacia un pasado
que sólo ellos añoran. Ahora quisiera analizar hacia donde nos lleva nuestra
manera de ser y de entender el mundo que nos rodea.
¿A dónde va un
país que no valora la excelencia ni el esfuerzo, sino todo lo contrario? Hacia
una mediocridad generalizada, cuya máxima expresión es una clase dirigente que no
sólo no es la solución, sino que se ha convertido en el problema, incapaz de sacar
el país adelante y que sólo espera ser remolcada cuando los demás salgan de la
crisis.
¿A donde va un
país que huye de la responsabilidad? A mantener en sus cargos a los dinosaurios
que lo han hundido en la miseria porque no tienen más proyecto que el beneficio
propio a sabiendas de que nadie les exigirá nada.
¿A donde va un
país donde los políticos lo consideran todo como parte del botín electoral y
donde cuenta más el carnet del partido o del sindicato que la formación sólida,
la competencia y el trabajo? Al seguidismo que facilita el enchufe, al hoy por
ti y mañana por mí, a dar cargos por compadreo y no por profesionalidad, lo
cual es garantía de futuros casos de corrupción.
¿A donde va un
país que aún no ha entendido la democracia? Al ridículo internacional por
mantener un sistema electoral que sigue sin limitar el número de legislaturas,
cuando incluso “ejemplos de democracia” como Cuba las ha limitado.
¿A donde vamos
con un empresariado que presume de moderno y liberal pero que sólo busca las concesiones
estatales? A la chapuza, al pago de comisiones, a la subcontratación, al
alejamiento de la calidad, a no poder competir ni exportar y en último término
a la parálisis económica.
¿A donde va un
país que sólo favorece a las grandes compañías (eléctricas, hidrocarburos, suministros,
etc.)? A un paro astronómico por no haber entendido que aunque facturan mucho,
estas empresas no generan puestos de trabajo.
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