Llevamos días de lamentos desde la eliminación de la candidatura de Madrid
para organizar los Juegos Olímpicos del 2020. Aunque me duele lo ocurrido, las
palabras “traición”, “complot” o “juego sucio”, me parecen excesivas. Los JJOO son
un premio que la comunidad internacional (en este caso el COI) concede a una
ciudad y a un país, no sólo por su oferta organizativa y de instalaciones, sino
por sus esfuerzos, compromiso social y valores. En ese sentido ¿qué ha visto el
COI en nosotros?
Madrid es la capital de un Estado que lleva años derrochando el dinero que
no tiene, en infraestructuras inútiles, hasta arruinar el país e hipotecarlo
por varias generaciones, lo que nos ha llevado a un 27% de paro (56% en el caso
de los jóvenes).
Un país que apostó por un modelo económico basado en uno de los sectores
más especulativos y corruptibles: la construcción, que ha acabado corrompiendo
buena parte de nuestra vida pública desde la Casa Real (ahora bajo sospecha), al
Gobierno (incluyendo a su presidente y varios ministros, también bajo sospecha)
o al principal partido de la oposición (cuyo presidente está ya imputado).
Un país con unos partidos políticos sospechosos todos ellos de financiación
irregular y cuya clase política no se siente obligada a ejecutar sus compromisos
electorales, que incumplen sistemáticamente; y por extensión con sus
obligaciones internacionales, siendo el país más incumplidor de Europa.
Además aquí nunca se le piden responsabilidades a nadie, ni a los políticos
corruptos, cuyos partidos siempre se las ingenian para dejarles algún tipo de
inmunidad; ni a los banqueros ruinosos, que han cobrado bonificaciones pese a
haber hundido nuestros bancos; ni a los empresarios y constructores
comisionistas, que hablan de libre empresa pero buscan las subvenciones y los
contratos públicos; ni a los entrenadores de futbol que le meten el dedo en el
ojo a un colega; ni a los deportistas o a sus médicos que trafican impunemente con
substancias prohibidas.
Un país tan tolerante con el fascismo (el nuevo y el viejo) que los
delegados del Gobierno asisten a actos donde se homenajea a miembros de la
División Azul Azul, y hace sólo un año el ministro de Justicia renovó el marquesado
a los descendientes de Queipo de Llano, que
en cualquier lugar civilizado sería considerado un criminal de guerra, mientras
nosotros le ponemos su nombre a las calles y le nombramos marqués a él y a su linaje.
Algunos pueden pensar que es injusto pero el mundo real, el que está al
otro lado de los Pirineos y del mar, no suele premiar tales actitudes y valores.
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