El pasado miércoles, 23 de julio, fui a ver al Presidente Pujol al su despacho
del Paseo de Gracia, dos días después hacia público que tenía dinero a el extranjero
sin declarar y hacia estallar la política del país y hervir los medios de
comunicación y las redes sociales, por tanto supongo que debo ser de las últimas
personas que le visitaron en aquellas dependencias antes del desastre. Quería regalarle
un libro mío dedicado y me había dado hora para el miércoles 16 pero su hijo Oriol
dimitió el día antes y me lo retrasó hasta el 23.
La vi muy cansado, tanto que al acabar no me atreví a pedirle que nos
hiciéramos una foto juntos. Genio y figura como era, se interesó por mí, por
mis padres, por la llegada de la familia a Cataluña, por mi e hijos, por donde trabajaba,
por donde vivía, en fin, todo.
Al saber que vivía en Manresa, en la plaza San Jordi, me dijo que había
estado aquí, repasó el territorio, las personas que conocía en la ciudad, en
especial los fundadores de CDC sin dejarse ninguno. Igualmente, cuando le dije
que era médico, repasó los hospitales de la Cataluña Central, demostrando un
conocimiento detallado de la situación de cada uno de ellos.
Durante casi una hora tuvimos una conversación amena y cordial, como si me
conociera de toda la vida, pero se notaba cansado, como si llevara un gran peso
encima. Cuando se levantó para pedirle a un ayudante, que había a la otra habitación,
que le trajera un libro para regalármelo, cerró los ojos un momento y se cogió
al respaldo de una silla. Tuve la sensación de que desfallecía, pero los volvió
a abrir y vino donde yo estaba. Pensé que
era por su hijo Oriol, poco me imaginaba que 48 horas más tarde se inmolaría
públicamente y que una semana después habría perdido títulos, honores i
prebendas por 23 años en la presidencia.
No se le puede perdonar que nos haya engañado durante todo estos años, hay
que reprobarlo políticamente y perseguirlo judicialmente, tanto a él como a sus
hijos, si se demuestra lo que estos días está saliendo en los medios de
comunicación, como se ha de perseguir a todos los que han aprovechado la
política y el dinero público para enriquecerse ilícitamente, pero que le
critiquen determinados partidos haciendo bueno el dicho de “ver la paja en el
ojo ajeno y no la viga en el propio” me parece indecente. Nos guste o no, la
historia le pondrá en su lugar y le reconocerá sus aportaciones, tanto a Cataluña
como a España, haciendo posible la convivencia cada vez que la irracionalidad
de la política española nos abocaba al caos.
Del encuentro me queda el libro “El caminant davant el Congost” y la dedicatoria:
A Miquel González,
a su “manual de instrucciones” y a su pasión por la sanidad. Cordialmente.
Jordi Pujol. Veintitrés de julio de 2014.
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