El Ministerio de Hacienda ha
aprobado un déficit asimétrico para las CCAA que, sin arreglar nada para
Cataluña, porque supone nuestro estrangulamiento definitivo, sí ha servido para
acusarnos de nuevo de desleales e insolidarios. Muchos se preguntarán si tiene
sentido que nos acusen autonomías que son receptoras netas gracias a lo que aportamos:
La respuesta es que “sí”, según la mentalidad española, por ello el motivo se
merece una explicación.
Explicación que hay que buscar en
nuestro concepto de “igualdad”, que presenta peculiaridades que la hacen
distinta a la de cualquier otro lugar. Si la comparamos con los países
nórdicos, como Finlandia, ellos hablan de ”igualdad de oportunidades”, por eso
poseen un sistema educativo excelente que garantiza a todos sus ciudadanos las
mismas oportunidades de salida.
En cambio nosotros, al no valorar la
formación, ni la experiencia, ni el esfuerzo, ni la aportación al bien común,
lo que buscamos es la “igualdad de resultados” es decir una igualdad a la
llegada y no a la salida. Por eso no importa si se trabaja o no, o si se
contribuye más o menos al bien común, lo único que cuenta es que todos seamos
iguales a final de mes. Ello explica por qué no tuvimos ningún reparo en crear
una forma de administrar el Estado basada en el “café para todos”, o que los
únicos que presentan superávit sean los que reciben subvenciones. Se trata de
un sistema injusto y perverso que castiga a los que generan riqueza y premia a
los que no lo hacen, por eso las zonas productivas estamos cada día en un mayor
marasmo mientras las que no producen no han tenido ningún interés en cambiar en
los últimos treinta años.
Lo que no hemos tenido en cuenta es
que este modelo es antinatural, ya que no existe en la naturaleza ningún sistema
que funcione así, quizá por eso aquellos que ya lo probaron antes, como los
llamados países socialistas, que castigaron la creación de riqueza y despreciaron
la formación, el trabajo y la valía, argumentando un supuesto equilibrio
social, hundieron a sus naciones en una mediocridad que acabó por hacerlas
desaparecer.
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