El Principito llegó a un planeta donde solo había
un rey. Era un rey absoluto y universal, porqué reinaba en todas partes, no solo
en su planeta sino también en los planetas vecinos y en las estrellas. Como el Principito
tenía ganas de ver una puesta de sol, le pidió al rey que ordenara una, pero este
le contestó:
- - Si le mandara a un general que volara de una flor a otra, como si fuera una mariposa, o que escribiera una tragedia, o que se convirtiera en un pájaro, y el general no cumpliera la orden recibida, ¿quién estaría equivocado, él o yo?
- - Vos – le dijo con firmeza el Principito.
- - Exacto. Hay que exigir de cada uno lo que cada uno puede dar -observó el rey-. La autoridad recae antes que nada en la razón. Si le mandas a tu pueblo tirarse al mar, hará la revolución. Yo tengo el derecho de exigir la obediencia porqué mis órdenes son razonables.
Si el Sr. Rajoy hubiera leído El Principito,
sabría que lo primero que se necesita para mandar es la razón, el sentido común, y ningún dirigente
puede actuar en contra de esta norma universal. Nadie puede gobernar siempre en
contra de la gente, como el PP (y el PSOE) ha hecho en Cataluña, por más votos
que ello le dé en el resto del estado.
Ha cometido el error que el rey comenta, nos
ha pedido la irracionalidad: que nos conformemos con seguir siendo una colonia,
que paga y calla, para mantener eternamente una España que quieren pobre e
inculta, gracias a las subvenciones que compran voluntades y silencios.
Nos han pedido que nos vendamos el futuro de nuestros
hijos por un plato de lentejas, que ellos cocinaran cuando les parezca, si tienen
a bien entrar en la cocina. Y todo ello para mantener una clase política
mediocre, gandula e incapaz de elaborar un proyecto de país que aproveche nuestro
potencial.
Tal como prevé el rey, nos han ordenado que nos
tiremos al mar y les ha estallado una revolución y, si el Tribunal
Constitucional piensa que podrá pararlo, es que sus miembros tampoco han entendido
nada porque no han leído el cuento.
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