Quizá después de
todo Rajoy sí tenga un plan, pero no un plan para mejorar el país, acabar con
el paro o traernos prosperidad, sino para regenerar su imagen personal y
perpetuar al PP en el gobierno durante años.
¿A nadie le
sorprende que en esta investidura el presidente en funciones haya hecho todo lo
posible para enfadar a toda la cámara, incluidos sus recientes aliados? ¿Acaso
no sabía que con ello íbamos a las terceras elecciones aunque, según dicen, nadie
las desea?
Si hay terceras
elecciones es más que probable que Rajoy las vuelva a ganar, sobre todo porque
la derecha, más disciplinada, seguirá votando al PP; mientras que las
izquierdas, más fragmentadas y con luchas intestinas, volverán a perderlas ellas
solitas.
¿Y qué ocurrirá
cuando Rajoy les haya ganado por tercera vez consecutiva? Que el mundo le verá
como el mártir de unas izquierdas tan intolerantes y poco democráticas, que hay
que ganarles tres veces para que acepten los resultados de las urnas.
El
ridículo será tan monumental que a sus líderes, con la credibilidad por los
suelos y sin proyectos, porque si los tuvieran nos los habrían explicado, no
les quedará más opción que dimitir.
Tendrán que buscar
nuevos liderazgos, con una visión más nítida del país, que hagan un proyecto atractivo
al electorado, en vez de quedarse en los eslóganes y en las campañas del miedo.
Eso les costará años en los que el PP podrá gobernar a sus anchas.
Lo más lamentable
es que la regeneración de Rajoy, es decir el paso de ser considerado un
político mediocre, incompetente y sospechoso de corrupción, a un mártir de la
intransigencia hispana, no será mérito suyo sino de la miopía de sus oponentes.
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