Los atentados de
Barcelona y Cambrils, del 17 de agosto, han hecho un daño terrible al país. En
Cataluña porqué han dejado heridas que tardaran en cicatrizar. Pero lo peor ha
sido para la clase política y mediática del estado, que ha puesto en evidencia,
en cinemascope y en sonido sorround, su mezquina hipocresía.
Tras un acto
brutal, que ha causado más de 20 muertos y 130 heridos, el estado y la prensa a
la que subvenciona, se han mostrado más preocupados por minimizar la acción de
los Mossos, que por las víctimas, los terroristas, sus vinculaciones o las consecuencias
futuras.
Y es que el atentado
ha demostrado al menos un par de cosas: por una parte que hay distintas maneras
de gestionar las crisis, algunas incompatibles, y la segunda que, como decía
Corneille, “un envidioso jamás perdona el
mérito”.
Los mismos que
hicieron la chapuza del Yak 42, donde hubo que desenterrar a los 75 cadáveres porque
se habían mezclado cuerpos, se sienten perplejos porqué aquí se haya trabajado
con cuidado.
Los mismos que mintieron
y manipularon tras el
atentado del 11-M en Madrid (192 muertos), o que no
aclararon el accidente de Spanair de 2008 (más de 150 muertos), no pueden asimilar
que alguien de información clara, veraz y comprensible.
Los mismos
periodistas que copian los dictados de Rajoy a través del plasma, sin posibilidad
de preguntar y con contenidos como el del alcalde y los vecinos, están
descolocados en ruedas de prensa a 4 idiomas con preguntas y replicas.
Los mismos que
condecoran a tallas de madera o consideran “impecables” los hechos de El
Tarajal (15 muertos aun sin aclarar), se sorprenden porque se quiera premiar a quien
ha hecho un buen trabajo.
En fin, como
decía el proverbio chino “corrige a un
sabio y lo harás más sabio, corrige a un necio y lo harás tu enemigo”.
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