Ciro Cabal es un investigador al que aquí le han negado una beca hasta en
diez ocasiones, sin embargo al presentar el mismo proyecto en Princeton se la
concedieron a la primera. Lo mismo le
ocurrió a Mario Lebrato al que un buen día llamaron desde California. Hoy los
dos están trabajando en sus sueños y haciendo grandes a los EEUU.
Así podríamos seguir con muchos otros científicos que han tenido que marcharse,
hasta el punto de que el informe Innovacef 2015, asegura que un 70% de los que
trabajan en España tienen altas posibilidades de irse al extranjero.
Además si los que vuelven reciben el trato que se les hemos dado con el
proyecto Ramón y Cajal: menos de 2.000 € netos mensuales, durante 4 años y luego
el paro, a nadie le extrañará que más de la mitad quieran volver a irse.

Obviamente estamos en nuestro derecho de no apostar por la ciencia, como
tampoco todos los pueblos que dominaban el bronce decidieron cambiar al hierro,
pero deberíamos valorar bien las consecuencias de tal decisión. ¿Dónde están
los que prefirieron seguir con el bronce? Aniquilados por los que apostaron por
la nueva tecnología.
¿Cómo quedará España en un mundo globalizado cuando la competencia
asiática, más productiva y barata, acabe con nuestra industria? ¿Y cuando
tengamos las empresas obsoletas por no permitir que la generación más preparada
de nuestra historia acceda al mercado laboral? ¿Y cuando no quede dinero para mantener
los servicios porque estemos pagando las obras inútiles con las que nos hemos hipotecado?
Y no tendremos ciencia porque ahora no apostamos por ella.
Afortunadamente no seremos aniquilados, alguien seguirá necesitando
camareros y albañiles, lo único que a este país parece interesarle.
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