Nuestra clase
política no deja de sorprenderme, tanto la derecha que, vaya usted a saber qué
les han enseñado para añorar el fascismo y creer que poner las urnas es lo mismo
que dar un golpe de estado; como la izquierda, que mira por encima del hombro,
pero siempre está más preocupada por defender su tono rojo, dentro del abanico
carmesí, que de unirse para ganar las elecciones.
Pese a su
retórica, todos sufren de una tremenda falta de cultura democrática, que les
impide aceptar las reglas del juego, por eso no respetan que quien ha ganado
las elecciones forme gobierno.
Además, el perdedor
no se siente obligado a dejar gobernar, así que busca en los despachos lo que
no ha conseguido en las urnas, en vez de hacer autocrítica para descubrir los
motivos por los que no ha obtenido la confianza de los votantes, aunque solo
así puedan hallar puntos de mejora de cara a las siguientes elecciones.
En la gestión económica,
todos hablan de servir al ciudadano, pero ninguno propone hacer auditorias serias
de las medidas impulsadas y mucho menos exigir responsabilidades, porque
entonces no podrían regalar el dinero de todos a cambio de una visita a un
palco deportivo o por la promesa de un trabajo al acabar el mandato.
Ignacio González y su hermano Pablo |
Con la corrupción
todos aseguran estar muy preocupados, pero ninguno propone acelerar los juicios
para que no se prolonguen durante décadas, juzgar también a los colaboradores
necesarios (auditoras, organismos reguladores, etc.), ni limitar a dos el
número de legislaturas que se puede ejercer un cargo electo.
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