Una de las palabras más repetidas de la
política española es “corrupción” por razones obvias, pero la hemos asociado a aquellos
que se ponen de acuerdo para meter la mano en la caja y llevarse dinero, cuando
eso tiene otro nombre, que es “robar” y está penado por la ley.
Personalmente creo que hay muchas formas de
corrupción, incluso sin haber metido la mano en ningún sitio, por eso en mi libro
“Un país sin manual de instrucciones” afirmo que siempre he preferido a un ladrón
antes que a un mal político, porque mientras el primero se te lleva los cuartos
que tienes en la caja, el segundo te hipoteca por 30 años con obras que no
necesitamos, así que no solo resulta bastante más caro sino que la broma la acaban
pagando las futuras generaciones, porque él o ella (los malos políticos vienen
en los dos sexos) necesitaba hacer inauguraciones
antes de las siguientes elecciones.
Pero para mí también es corrupción presentarse
a las elecciones diciendo que harán una cosa y después hacer la contraria, tanto
me da que sea el PP con los impuestos o la CUP con la independencia, y no me sirve
que estos últimos presuman de no tener ningún imputado simplemente porque no han
tenido la oportunidad.
¿Y qué me dicen de los que son tolerantes con los
okupas, que invaden propiedades privadas por un supuesto anticapitalismo, pero
lo primero que hacen es alquilar las habitaciones del edificio ocupado a los
que vienen detrás y cuando se van destrozan el WC para que no lo pueda usar
nadie más?
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