Durante la Transición
se decidió que las CCAA ricas ayudaran a las pobres, para potenciar su desarrollo,
hasta lograr que llegaran a la suficiencia económica, una decisión de
solidaridad elemental que nadie cuestionó por entenderla justa y positiva para
el país.
Cuarenta años de
subvenciones después descubrimos que algunas, no solo no han logrado la
suficiencia económica, es que ni siquiera lo han intentado, mientras se
permiten subvencionar la compra de electrodomésticos o muebles con el dinero de todos.
Eso solo puede
explicarse por dos motivos: el primero, que hay una fina línea que separa la
solidaridad y la tomadura de pelo, que hace tiempo algunas CCAA traspasaron sin
rubor; y el segundo, que han llegado a la conclusión de que los demás tienen la
obligación de transferirles parte de su riqueza para que ellos la malgasten.
En el caso de
Cataluña la tomadura de pelo es de 16.000 millones de Euros anuales, casi dos
veces el presupuesto de toda la sanidad catalana, que se queda el Estado,
desatendiendo las necesidades de un tercio de los niños catalanes en riesgo de
pobreza, para que otros compren sofás y cortinas.
Hace tiempo que con
esas prácticas el Estado perdió la credibilidad en Cataluña. 40 años de
invertir el 10% de lo que él mismo propone en los presupuestos, acaba
desencantando a muchos que, como yo, no éramos independentistas, hasta llegar a
la conclusión de que la única solución para mejorar en el futuro es la separación.
Pero estoy
convencido de que quien más ganará con la independencia será España, porque solo
cuando no tengan dinero para comprar votos, la gente exigirá buena gestión y
rechazaran las chapuzas de siempre, votaran a partidos honestos en vez de
corruptos y buscaran líderes que trabajen por la sociedad en vez de golpistas sonrientes
incapaces de bajar el paro del 45%.
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