Aún estoy
consternado por lo que ocurrió en Cataluña el 1-O. El estado quería escarmentarnos
y lo que envió fueron escuadrones de castigo que, para generar pánico,
arremetían sin mediar palabras contra hombres, mujeres, ancianos y niños: el
resultado 900 heridos.
Que nadie se
engaña, buscar urnas era una excusa porque, a pesar de los porrazos, Policía
Nacional y Guardia Civil se llevaron menos de 100, mientras los Mossos, sin agresiones,
requisaron más de 200. Querían darnos una lección, por querer votar.
Y votamos, con dignidad y determinación, contabilizando un total de 2.262.424 votos
que, en tales circunstancias, es un resultado excepcional, a pesar de que se llevaron urnas con votos que no han podido ser cuantificados. Dijeron SI a la independencia el 89% de los votantes (2.020.144).
Pero vinieron a
castigarnos, por eso pedían que no se usaran niños como escudos humanos, porque
eran muy conscientes de lo que iban a hacer: sembrar el terror, por eso no dudaron e hacerlo ante las cámaras de TV. Le abrieron la cabeza a ancianas,
arrastraron mujeres por el pelo y muchas más cosas que hemos visto en directo.
Hasta una hormiga
se revuelve si la pisan, ¿cómo no responder para defender la dignidad y los
derechos humanos ante ese trato, por parte de quien debería protegernos? Y el
día 3-O se les dio la respuesta, el rechazo del miedo, saliendo a la calle para
hacer oír el contundente y pacífico silencio de todo un pueblo:
independentistas y no independentistas.
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