Cuando cumplí 18 años y fui mayor de edad solo había conocido un jefe del estado,
el general Franco, y pensé que no tenía
sentido que una persona estuviera tanto de tiempo en el cargo, pero era un
dictador y no se podía hacer nada. Pero cuando mi hijo cumplió los 18 años y
llegó a su mayoría de edad, solo había conocido un presidente de la
Generalitat, el Sr. Pujol. Salvando todas las diferencias, ya que este era un
político elegido democráticamente, pensé que la situación seguía sin tener ni pies
ni cabeza.
En la transición nos equivocamos al diseñar un modelo electoral que no
limitara el número de legislaturas que se podía ocupar cargos de máxima
responsabilidad porque, como hicimos en Cataluña, se acaba confundiendo el
país, la bandera y las instituciones con una persona, muchas veces con trágicas
consecuencias como vemos ahora. Y no es ningún consuelo que lo mismo haya pasado
en otras CCAA: José Bono (1983 – 2004), Manuel Chaves (1990 – 2009); J. C. Rodríguez
Ibarra (1983 – 2007), Manuel Fraga (1990 – 2005), etc.
Se trata de grandes políticos con múltiples virtudes, pero a todos ellos les
faltó humildad y generosidad. La humildad para entender que no debían convertirse
en salvadores de ninguna patria y para aceptar que otros también podían aportar
cosas positivas y, en consecuencia, la generosidad para irse a tiempo y dar paso
a los que venían detrás. El modelo debería prever un máximo de dos legislaturas,
como tienen la mayoría de las democracias que nos rodean, para garantizar la
regeneración democrática en beneficio del país y de los mismos partidos.
Es lamentable que algunos políticos se aferren al cargo como si estuvieran en
los años 80, sin entender que se han
convertido en un lastre para el partido y que ya no aportan nada al país. No soy
de ERC pero reconozco que es uno de los partidos que mejor se ha regenerado, si
siguieran aferrados a algunos líderes anteriores, de actitudes prepotentes e intransigentes,
su techo electoral no sería el mismo.
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