Hace unos días un
periodista alemán reconoció haber manipulado un video del nuevo ministro de economía
griego, Yanis Varufakis, para simular que hacía una “peineta” a las autoridades
europeas. Esta vil manipulación, contraria a la más elemental ética
profesional, me hace pensar si realmente todo vale por un instante de
celebridad, si hay que hacer cualquier cosa por la audiencia, aunque sea hipotecando
la dignidad propia y ajena.
No ha sido el único
acontecimiento que me ha indignado recientemente. ¿Es lícito que alguien se
llame “artista” si solo puede lograr su minuto de gloria ofendiendo al jefe del
estado mostrándolo sodomizado por un perro? ¿Se puede presumir de demócrata y
hacer un cartel para una fiesta mayor proponiendo ir a “matar españoles”? ¿O se
le puede romper la pierna a una muchacha para salir en un video casero?
Al exigir los derechos
que tanto nos costaron recuperar, hemos acabado banalizándolo todo por haber
olvidado que estos llevan implícitas unas obligaciones que también había que
acatar, pero que nunca hemos exigido ni a nosotros ni a los demás. Por eso nos
conformamos con actitudes como la corrupción política, que debería suponer la dimisión
y la pérdida de votos; el engaño económico, que debería implicar la
inhabilitación y la pérdida de activos; el seguidismo político de los medios de
comunicación y su falta de calidad, que la audiencia debería castigar.
Pero sobre todo hemos
banalizado el buen gusto, la educación y el respeto a los demás, por eso hace
tiempo que nos acostumbramos a la tele basura del chisme y el insulto, en aras
a una libertad de expresión que muchos suponen enemiga de la calidad y del
sentido común. Incluso el Papa Francisco dijo que quien insultara a su madre se
exponía a un puñetazo suyo, porque el “todo vale” implica entrar en una selva donde
todo el mundo acaba perdiendo.
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