Me insultan en las
redes sociales por declararme independentista aquellos que no entienden que los
González, los García o los Pérez, podamos serlo. Tiene su gracia porque nunca
pensé que en 140 caracteres cupieran tantos improperios. No quiero responder a
los insultos, pero sí al argumento de que renuncio a ser español y sandeces
similares.
Soy andaluz de
nacimiento, catalán de adopción y por tanto español hasta la médula, y no
renuncio ni quiero renunciar a ninguna de las tres cosas, como no renuncié a
ser esposo, hijo, sobrino o nieto el día que ascendí a la categoría de padre, y
el que no entienda que se pueden ser todas esas cosas sin contradicción, y amar
plenamente cada una de ellas, tiene un problema sea de aquí, de allá o de
acullá.
Otra cosa es el
orgullo de ser español, andaluz o catalán. Estoy orgulloso de la gente sencilla
de este país, de los que salen cada día a ganarse el sustento para sus hijos y
trabajan honradamente para conseguirlo. Pero me ocurre como al padre o a la
madre que descubre que su hijo es un delincuente: que no puede dejar de amarle
pero no está orgulloso de él.
Lo confieso, no
estoy orgulloso de tener el país con el paro más alto de la Unión Europea; de
que les cerremos las puertas a la juventud mejor preparada de nuestra historia;
ni de nuestras incontables guerras civiles; ni de ser el país europeo con más
golpes de estado, el último en 1981; ni de que del penúltimo queden miles de desaparecidos
sin identificar.
Admiro y respeto a los
militantes de base de los partidos, incluso del PP, que tienen ideales y son
capaces de defenderlos con argumentos. Pero no puedo admirar a los que sólo insultan
o a los que reducen ser español, catalán o andaluz, a gritar a favor de La Roja,
del Barça o del Betis. Tampoco admiro que nuestro gobierno haya cobrado en
sobres, que gestionen solo para una minoría de amigos comisionistas o que
impulsen las leyes más retrógradas de Europa.
Fueron esas actitudes
cerradas e intransigentes, y esos gobiernos miopes y mezquinos los que obligaron a nuestros
padres a emigrar de Andalucía porque allí no se podía vivir, y los que ahora nos
obligan a nosotros a ser independentistas para mejorar el futuro de nuestros
hijos.
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