Cuando, en el curso del devenir humano, un pueblo se ve obligado a disolver los lazos políticos que lo unían a otro, asumiendo entre las potencias de la tierra el puesto separado e igual a que las leyes naturales y el Dios de la naturaleza le dan derecho, un honesto respeto por la opinión de la humanidad le exige que declare las causas que le impulsan a la separación.
Tenemos las siguientes verdades por evidentes en sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que su creador les ha otorgado derechos inherentes e inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres gobiernos cuyos poderes legítimos emanan del consentimiento de los gobernados; que cuando una forma cualquiera de gobierno pone en peligro esos fines, el pueblo tiene derecho a alterar o abolir y a instituir un nuevo gobierno, fundamentándolo en los principios, y organizando sus poderes en la forma, que a su juicio le ofrezca más posibilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.
La prudencia, ciertamente, aconseja no cambiar por razones pasajeras y baladíes, un gobierno en antiguo establecido, y la experiencia demuestra que los hombres están más dispuestos a padecer, si el mal es tolerable, que a hacerse justicia aboliendo formas a las que están acostumbrados.
Más cuando una larga serie de abusos y usurpaciones iniciada en un período determinado persigue invariablemente el mismo objetivo, revelando el designio de someterlos a un despotismo absoluto, tienen el derecho y el deber de derrocar a ese gobierno y establecer nuevas salvaguardias para su seguridad en el futuro.
Thomas Jefferson (1743 – 1826)
Tercer presidente de los Estados
Unidos
y uno de los padres de la
independencia norteamericana
No hay comentarios:
Publicar un comentario