Quien piense
que saldremos de donde estamos para volver a la misma situación que
teníamos en el 2005 o 2006 se equivoca completamente. Se tienen que hacer reformas profundas en el país, empezando
por la ley electoral, la estructura y organización política, los órganos del Estado
y de la Administración.
El trabajo que tenemos por delante es titánico ya que además se
tiene que mejorar la educación, la justicia, la calidad de nuestros productos,
nuestra competitividad y la cuota de mercado que tenemos en el mundo, a parte
de diseñar de una vez una verdadera política exterior.
Pero todo esto
no es nada comparado con el reto más difícil al que nos enfrentamos: el
imprescindible cambio de mentalidad. Sin este cambio todo el resto es
imposible.
La resignación cristiana ante las desgracias, el pensar que todo está
escrito o que es designio de Dios, es lo que ha permitido sobrevivir este modelo
de sociedad incapaz de solucionar unos problemas que no tienen nada de divinos
sino que hemos de resolver nosotros con nuestras decisiones.
El igualitarismo bien intencionado
ha sido mal entendido, ya que exige la igualdad de resultados y no de oportunidades,
y ello nos ha llevado a esa falsa solidaridad que consiste en que unos
trabajan y pagan mientras los otros ponen la mano para vivir de la subvención.
Nuestra
idea cristiana de que los dineros son pecaminosos, nos ha llevado a no valorarlos, a ser poco exigentes con los recursos públicos y a no pedir responsabilidades por la gestión
del dinero de todos al final de cada legislatura, a parte de mantener un sistema
hipócrita e insostenible de financiación de los partidos políticos.
Insisto, quien
crea que podemos salir de esta situación únicamente haciendo recortes en los servicios
y mandando gente al paro, se equivoca de medio a medio.
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