El actual sistema resulta muy cómodo para los aparatos
de los partidos que, si encuentran un político de nivel, con carisma, discurso,
iniciativa y ganas, que además gane elecciones, en definitiva lo que podríamos
llamar un valor seguro, no se han de
preocupar de buscar ni preparar ningún otro candidato y se pueden limitar a ir presentando
siempre al mismo. Pero este es uno de los elementos más perversos y que ha hecho
más daño a la imagen de los políticos del país, ahora tan deteriorada.
En primer lugar porque el político valor segur tiene la garantía de poder continuar
mientas el cuerpo aguante y como es
natural hace todo lo posible para evitar candidatos alternativos. Por eso hace años
que, en vez de atraer profesionales hacia la política, hemos creado verdaderos profesionales
de la política, que han hecho carrera únicamente dentro de un partido, hasta llegar
a unos cargos a los que no podrían ni soñar fuera de la política ni en un país con
un sistema electoral más competitivo.
Por otra parte permite a los partidos relajarse durante
años, sin tener que buscar ni candidatos ni alternativas. Eso les empobrece desde
todos los puntos de vista y quedan convertidos en simples órganos burocráticos al
servicio, no de una candidatura, sino de un cabeza de lista. El debate interno,
sobre nuevas propuestas o nuevas ideas, desaparece para convertirse en un monólogo
complaciente. Sin autocrítica se para el crecimiento y el proyecto se aleja de
la realidad social a la que pretende representar hasta que finalmente, el día
que pierden las elecciones o falta el líder, no sólo pierden la única carta
ganadora que tenían, sino que se hallan sin recambio, sin alternativas, sin discurso,
sin ideas y sin propuestas.
Por dignidad democrática los militantes y los electores
nos merecemos saber que tenemos partidos fuertes y con liderazgos potentes, pero
por encima de todo nos merecemos saber que los partidos no dependen de una
única persona, necesitamos saber que hay cantera suficiente, bien formada,
preparada y dispuesta, si hace falta, y la mejor manera de garantizarlo es que
el sistema electoral obligue a los cambios periódicos de candidatos.
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