No sé si les pasa
como a mí, que cuando veo a nuestros actuales políticos, me pregunto donde están
los equivalentes de los Suárez, González, Carrillo, Fraga, Tierno Galván, Tamames, Herrero de Miñón,
etc.
¿Como puede ser
que con democracia y libertad, con más acceso a la cultura y mayor formación, aquellos
que aspiran a ser nuestros líderes hayan sufrido una mengua tan manifiesta de su
talla política e intelectual, hasta llegar a popularizar aquello de que algunos
no podrían ni servir el café en el consejo de administración de una empresa de
verdad?
Espero que nadie
crea que es por casualidad, porque las casualidades de 40 años en política no
existen, por más que nos ayude a tranquilizar nuestras consciencias, haciéndonos
creer que no tenemos nada que ver en ello.
La respuesta es bien
sencilla. Nuestro sistema político no limita el número de legislaturas que se puede
ostentar un cargo de máxima responsabilidad, por eso quien lo ocupa siempre ha
procurado evitar el ascenso de cualquiera que le pueda hacer sombra. 40 años de
un sistema que sistemáticamente margina la excelencia y el resultado está a la
vista de cualquiera.
Limitar el número
de legislaturas a 2 cambiaría el funcionamiento de los partidos porque, incluso
ostentando la mayoría absoluta, se verían obligados a buscar recambios excelentes,
para no perder la confianza del electorado. De meras correas de transmisión de los
deseos (con frecuencia inconfesables) del jefe, se convertirían en aparatos de búsqueda,
formación y preparación de los futuros líderes del país.
La decisión es nuestra:
podemos seguir sin hacer nada, permitiendo que nos gobiernen los más sumisos y leales al mandamás, con
independencia de su capacidad y preparación; o bien exigir que cambien el
sistema, poner las dos legislaturas y que tengan que buscar y preparar a los mejores.
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