En el informe
sobre los derechos humanos 2013, del Departamento de Estado de los EEUU, dice
que en España se ha “creado la impresión de impunidad” ante la corrupción. Ahora
que lo han dicho los americanos supongo que ya es oficial, aunque a los del
país ya nos lo parecía.
Que el Sr. Félix Millet,
confeso de expoliar el Palau de la Música durante décadas, siga en la calle ya
era una señal. Que el único imputado por
la trama Gurtel sea el juez Baltasar Garzón y que el único malparado por el
caso Bankia, y por el engaño de las preferentes a miles de pensionistas, sea el
juez Elpidio Silva tampoco presagiaban nada bueno.
Que el mismo presidente
Rajoy reconozca que, al menos, parte de los papeles de Bárcenas son ciertos o
que la UGT de Andalucía se pagara la fiesta con el dinero destinado a la
formación de los parados, también les debe haber servido, porqué los americanos
son muy perspicaces.
Pero en realidad no
entiendo de qué nos escandalizamos. Este país ha institucionalizado la
subvención como modelo económico, con el “café para todos”. Hemos pervertido el
valor del esfuerzo penalizando a los más productivos en beneficio de los que no
lo son. Nunca premiamos la eficacia, ni la excelencia, ni la transparencia y mucho
menos el rendir cuentas. Así, ¿qué podemos esperar?
Hemos creado un país
que no pide responsabilidades a quien gasta el dinero de todos, que pone a los políticos
por encima del bien y del mal, les permitimos que se salten el programa
electoral, que incumplan compromisos elementales y damos la mayoría absoluta a
quien nos compra el voto. En estas condiciones, ¿quién les puede culpar de creer
que el país es el patio de su casa?
Cuando diseñamos el
modelo para gestionar la nueva democracia fuimos tan chapuceros e irresponsables
que lo dejamos a medias y ahora nos quejamos de que no funciona. Nosotros somos
los culpables por no ser más exigentes. ¿Qué haremos ahora para solucionarlo?
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