El viernes, 28 de marzo, voy a una librería de Manresa y me encuentro al
Sr. Joan Herrera que presenta su nuevo libro. Me quedo porqué conozco a su anfitrión,
un compañero de la escuela que no veía desde hacía años y tengo ganas de
saludarle, pero no escucho toda la charla.
El acto supone ver de cerca la realidad de nuestros políticos actuales.
Demagogia a raudales, medias verdades, mentiras descaradas, mucha teoría política
y excesiva crítica de los contrarios pero ni una sola propuesta para resolver los
graves problemas del país, empezando por cómo cambiar la ley electoral para
renovar la clase política o cómo generar riqueza para amortiguar las dificultades
que sufre la gente.
El orador destila aquella supuesta superioridad de quién se autoproclama “progresista”,
pese a que no hay nada más antiguo y rancio que hipotecar el país durante décadas,
con el dinero que no tenemos, como hicieron las izquierdas en las dos últimas
legislaturas. Pero no le escucho ni una palabra de autocrítica, ni un reproche
a la “casta”. El Sr. Herrera (podría haber sido cualquier otro) es el ejemplo
perfecto de los políticos que ya no necesitamos porque no pueden aportar nada
al país después de haberlo arruinado.
Además parece haber olvidado que en democracia todos los partidos salen a pescar
al mismo mar electoral así que, si la derecha saca más votos en el estado, puede
ser por dos motivos: o bien su discurso gusta más a la gente, o bien el discurso
de la izquierda gusta menos a los electores, en cualquier caso lo que toca es
cambiar el discurso y hacerlo más atractivo, no quejarse de los demás.
Como nadie lo dice, lo diré yo, que no tengo vínculos con ningún partido político: si el PP gobierna en el País Valenciano, a pesar de los Zaplana, Camps, Barberà, Fabra, Gurtel, etc., es por la incompetencia de la izquierda valenciana, y lo mismo ocurre en Madrid y otros lugares. Por más que nos pese, lo que urge no es re-fundar el capitalismo, sino re-fundar esta izquierda, que no ha sabido adaptarse a los tiempos, porque sigue anclada en el pasado con ideas y propuestas que, según se desprende de los resultados electorales, interesan cada día a menos gente y que, a falta de ideas, no sabe hacer nada mejor que esperar que le llegue el turno por el desgaste de los rivales.
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