sábado, 3 de junio de 2017

Una clase política sorprendente (Castellano)

Nuestra clase política no deja de sorprenderme, tanto la derecha que, vaya usted a saber qué les han enseñado para añorar el fascismo y creer que poner las urnas es lo mismo que dar un golpe de estado; como la izquierda, que mira por encima del hombro, pero siempre está más preocupada por defender su tono rojo, dentro del abanico carmesí, que de unirse para ganar las elecciones.

Pese a su retórica, todos sufren de una tremenda falta de cultura democrática, que les impide aceptar las reglas del juego, por eso no respetan que quien ha ganado las elecciones forme gobierno.

Además, el perdedor no se siente obligado a dejar gobernar, así que busca en los despachos lo que no ha conseguido en las urnas, en vez de hacer autocrítica para descubrir los motivos por los que no ha obtenido la confianza de los votantes, aunque solo así puedan hallar puntos de mejora de cara a las siguientes elecciones.

En la gestión económica, todos hablan de servir al ciudadano, pero ninguno propone hacer auditorias serias de las medidas impulsadas y mucho menos exigir responsabilidades, porque entonces no podrían regalar el dinero de todos a cambio de una visita a un palco deportivo o por la promesa de un trabajo al acabar el mandato.

Ignacio González y su hermano Pablo
Con la corrupción todos aseguran estar muy preocupados, pero ninguno propone acelerar los juicios para que no se prolonguen durante décadas, juzgar también a los colaboradores necesarios (auditoras, organismos reguladores, etc.), ni limitar a dos el número de legislaturas que se puede ejercer un cargo electo.

Por más que les vean gesticular o les oigan quejarse, no duden de que ninguno quiere cambiar un modelo político que, aunque haya arruinado el país, permite ocupar cargos sin la preparación suficiente, colocar amigos o familiares y enriquecerse con el dinero ajeno.

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