domingo, 28 de octubre de 2012

¿Por qué Shululandia? (1)

¿Por qué Shululandia?


No tengo nada contra los zulús ni mucho menos contra su país, que debe ser maravilloso, especialmente ahora que en Sudáfrica ya no existe aquella abominación para la raza humana que era la discriminación del Aparheid (http://es.wikipedia.org/wiki/KwaZulu-Natal). El nombre del Blog responde simplemente al inicio de uno de los libros de Tom Sharpe, la “Reunión tumultuosa” que en sus páginas iniciales explica esta situación ambientada precisamente en Zululandia.

La señorita Hazeltone telefoneaba para informar que acababa de matar a su cocinero zulú. El comandante de puesto podía hacerse cargo perfectamente del asunto. Como policía, también él había matado a tiros en su tiempo a muchos cocineros zulúes. Además había ya un procedimiento establecido para resolver estas cuestiones. El comandante inició la fórmula rutinaria.
-          Usted quiere informar de la muerte de un cafre -comenzó.
-          Acabo de asesinar a mi cocinero zulú –gruñó la señorita Hazelstone.
-          Eso fue lo que dije –dijo él  conciliatorio-. Que quiere usted informar de la muerte de un negro.
-          Yo no quiero hacer nada de eso. Le he dicho que acabo de asesinar a Cinco Peniques.
 El comandante lo intentó de nuevo
-          La pérdida de cinco peniques no constituye un asesinato.
-          Cinco Peniques era mi cocinero.
-          Matar a un cocinero tampoco constituye un asesinato.
-          ¿Qué es entonces un asesinato? –la seguridad de la señorita Hazelstone en su propia culpa comenzaba a tambalearse ante el diagnóstico favorable de la situación dada por el comandante.
-          Matar a un cocinero blanco puede ser un asesinato. Es improbable, pero puede ser. Pero matar a un cocinero negro no. Bajo ninguna circunstancia. Matar a un cocinero negro se considera defensa propia, homicidio justificado o eliminación de basura. ¿Ha probado usted a llamar al Departamento de Higiene? – preguntó.
-          Acabo de matar a mi cocinero zulú.
El comandante ignoró de nuevo la autoacusación
-          ¿El cadáver está en la casa? –preguntó
-          El cadáver está sobre el césped –informó la señorita Hazelstone.
 El comandante suspiró. Siempre igual. ¿Por qué la gente no mataría a los negros dentro de la casa, que era donde tenían que hacerlo?
-          Tardaré unos cuarenta minutos en llegar allí –dijo-. Y cuando llegue, encontraré el cadáver en la casa.
-          No señor –insistió la señorita Hazelstone-. Lo encontrará usted en el césped, en la parte de atrás.
El comandante volvió a intentarlo.
-          Cuando yo llegue el cadáver estará dentro de la casa –dijo, muy despacio esta vez.
Pero la señorita Hazelstone no parecía impresionada.
-          ¿Acaso insinúa usted que debo cambiar de lugar el cadáver -preguntó furiosa.
El comandante se quedó sobrecogido ante la sugerencia.
-          Desde luego que no –dijo-. No tengo el menor deseo de causarle molestias a usted, y además, podría haber huellas dactilares. Puede mandar usted a los criados que lo hagan.
-          Me da la impresión de que está usted sugiriéndome que altere las pruebas de un delito –dijo, lenta y amenazadora-. Me da la impresión de que intenta usted convencerme de que obstaculice la acción de la justicia.
-          Señora –interrumpió el comandante, yo sólo intento ayudarle a cumplir la ley.
El comandante se detuvo, buscando las palabras. 
-          La ley dice –continuó- que es un delito matar cafres fuera de la casa. Pero la ley también dice que es perfectamente admisible y adecuado matarlos dentro de casa si han entrado ilegalmente.
-          Cinco Peniques era mi cocinero y tenía todos los derechos legales a entrar en la casa.
-          Me temo que en eso se equivoca usted –continuó el comandante-. Su casa es zona blanca, y ningún cafre tiene derecho a entrar en una zona blanca sin permiso. Al disparar contra él le negó usted el permiso para entrar en su casa. Yo creo que puede enfocarse la cosa de ese modo sin problema.
Hubo un silencio al otro extremo de la línea. Era evidente que la señorita Hazelstone se había convencido.
-          Llegaré ahí dentro de unos cuarenta minutos -prosiguió el comandante, añadiendo esperanzado-: y confío en que el cadáver…
-          Vendrá usted en un plazo de cinco minutos y Cinco Peniques estará en el césped, que es donde lo maté –gruñó la señorita Hazelstone, al tiempo que colgó el teléfono.  

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La señorita Hazelstone era vieja, fea, parlanchina y brusca hasta el punto de la grosería. Oír su voz, una voz aguda y destemplada, totalmente inconsciente de sí misma, era oír la verdadera voz del Imperio Británico. La columna que escribía sobre la vida refinada y normas de etiqueta aparecía en todos los periódicos del país, por no hablar ya de sus frecuentes artículos en las publicaciones femeninas más famosas.   

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Los restos de Cinco Peniques estaban esparcidos por el césped….
-          En cuanto al cocinero –comenzó el comandante-, ¿he de interpretar que estaba usted descontenta con su forma de cocinar?
-          Cinco Peniques era un cocinero excelente –declaró enfáticamente la señorita Hazelstone.
-          Ya veo –dijo el comandante irónicamente.
-          Cinco Peniques era un verdadero especialista culinario –continuó la señorita Hazelstone.
-          ¿De veras? ¿Y cuando descubrió usted por primera vez lo que se proponía?
-          Casi desde el primer momento.
-          ¿Y le permitió usted seguir? –preguntó asombrado el comandante.
-          Por supuesto que sí. No pensará usted que iba a impedírselo, ¿no? –masculló la señorita Hazelstone.
-          Pero su deber como ciudadana….
-          Pamplinas mi deber como ciudadana, ¿Por qué demonios había de obligarme mi deber como ciudadana a despedir a un excelente cocinero?
El comandante hurgó entre los recodos de su mente conmocionada por la explosión, buscando una respuesta aceptable.
-          Bueno, al parecer, le ha disparado usted por eso - dijo al fin.
-          Yo no hice nada de eso – masculló la señorita Hazelstone-. La muerte de Cinco Peniques fue un “crime passionel”.
El comandante intentó imaginar lo que podía ser un Creme Pasión Nell. La muerte de Cinco Peniques se parecía más, en su opinión, a la explosión de una morcilla. Y en cuanto a las porciones que sus ayudantes intentaban juntar, hasta a un carnicero de perros le habría resultado difícil dar con una descripción adecuada de ellos.
-          Un Creme Pasión Nell – repitió lentamente, con la esperanza de que la señorita Hazelstone acudiera en su ayuda con un  término más familiar. Lo hizo.
-          Un asesinato pasional, imbécil – masculló.
El comandante cabeceó. No había supuesto en ningún momento que pudiera haber sido otra cosa. Nadie en su sano juicio habría infligido aquellas heridas sobrecogedoras a Cinco Peniques a sangre fría y sin que mediasen sentimientos de algún género.
-          Oh, comprendo, comprendo –dijo.
Pero la señorita Hazelstone no tenía intención alguna de permitirle mantenerse al abrigo de aquel cómodo malentendido.
-          Quiero que entienda que mis sentimientos hacia cinco Peniques no eran los que suelen prevalecer entre señora y criado –dijo-.Lo que pretendo explicarle –continuó-, es que yo estaba enamorada de él. Cinco Peniques y yo éramos amantes. Nos amábamos con una lealtad profunda e imperecedera
Al comandante le daba vueltas la cabeza. Ya era bastante tremendo tener que intentar comprender, aunque sin esperanza, qué demonios podría haber hallado la señorita Hazelstone en un cocinero negro que pudiera resultar atractivo de algún modo, no digamos ya intentar imaginar cómo un cocinero negro podía estar enamorado de ella.
-          Continue – balbuceó involuntariamente.
La señorita Hazelstone parecía feliz de poder continuar.
-          Nos hicimos amantes hace ocho años y fuimos muy felices desde el principio. Cinco Peniques comprendía mis necesidades sentimentales. Por supuesto, no podíamos casarnos, debido a esa absurda Ley de Inmoralidad. Así que teníamos que vivir en pecado. 
El comandante estaba ya más allá de la conmoción. La miraba con ojos desorbitados.
-          Pero aunque no estuviéramos casados –continuó la señorita Hazelstone-éramos felices. He de admitir que no hacíamos mucha vida social, pero cuando se llega a mi edad, lo único que una quiere es hacer una vida tranquila en casa, ¿no piensa usted igual? 
-          Por supuesto, tuvimos nuestros problemillas al principio –decía la señorita Hazelstone-. Existían pequeñas incompatibilidades en nuestras actitudes y también, claro, debido a nuestros diferentes atributos físicos… Un hombre de la experiencia de usted, comandante, sabrá, naturalmente, a qué me refiero.


Bien, será mejor que paremos. Si alguien quiere saber más sobre las diferencias en los atributos o del porqué la señorita Hazelstone mató a su cocinero, mejor que lea el libro y pasará un rato bien divertido. 

Por mi parte cambiaré la Z por SH (de Sharpe) para llamarle al blog Shululandia, así que en realidad sería el mundo descrito por Sharpe, en vez de la tierra de los zulús. 


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