domingo, 13 de diciembre de 2015

La caducidad del yogur

Me encuentro a mi amigo Juan (el nombre es ficticio), radiólogo de un hospital de tercer nivel de Barcelona. Le veo igual que cuando le conocí, hace más de 20 años. Yo empezaba en la Secretaria Técnica de la Dirección Médica y él era el jefe del Servicio de Diagnóstico por la Imagen.

Sigue siendo amable, educado, culto, excelente profesional y mejor persona, por eso me sabe mal cuando me dice con tristeza que en pocos meses le jubilan porque cumple los 65 años, la fecha oficial de jubilación en España, aunque él tiene ganas de continuar.

Levanta un momento los ojos al infinito y vuelve a mirarme sonriente para confesarme que cuando se jubile tiene ofertas para irse a trabajar a tres hospitales norteamericanos, con los que ha mantenido vínculos a lo largo de su carrera para formarse y estar al día.

Me pregunta qué sentido tiene que las empresas, sobre todo las de servicios y conocimientos, pierdan profesionales sólo porqué han llegado a los 65 años. Se cuestiona si el país gana echando a expertos en plana actividad física y mental. Y me dice no entender cómo se puede tratar a las personas como si fueran yogures, que hay que tirar cuando llega la fecha de caducidad.

Le recuerdo el grave problema de paro y la necesidad de facilitar que las nuevas generaciones se incorporen al mercado laboral. Está totalmente de acuerdo. Entiende que ya no le corresponde estar en primera fila, ni lo pretende, pero reivindica el valor que su experiencia puede tener en otros ámbitos, por ejemplo para ayudar a formar a los nuevos profesionales, en un campo que pocos conocen tan bien como él.

Preguntas para las que yo no tengo respuesta, por eso las traslado a los amables lectores. Por mi parte le aconsejo que, si le hace ilusión y tiene oportunidad, se vaya a los Estados Unidos y siga haciendo lo que le gusta.  

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