He tenido alguna conversación
sobre el proceso independentista con amigos que aún no han hecho su camino de
Damasco ni se han caído del caballo. Como en las mismas han surgido elementos
que están en la mente de mucha gente, los querría matizar aquí.
El proceso no es
contra España ni contra los españoles, sino contra un estado centralista,
corrompido e incompetente que trata a todo el país, no solo a Cataluña, como a
menores de edad. Un estado incapaz de aprovechar su potencial, ya sea geoestratégico,
energético o humano.
Es cierto que el
proceso tiene muchas limitaciones: falta liderazgo, concreción del país que queremos
o de los pasos necesarios per llegar, y por si fuera poco, ir de la mano de los
anti sistema no es la mejor carta de presentación, como tampoco lo es ir separados
por los intereses de vuelo gallináceo de los partidos catalanes. Quizá por eso el
gran impulsor del independentismo es el estado mismo.
Tampoco me ha gustado
que el Sr. Puigdemont no fuera a la reunión de presidentes autonómicos donde
podría haber preguntado porque las CCAA no impulsan referéndums para saber si
sus ciudadanos están de acuerdo en que les cambien el futuro de sus hijos por
unas subvenciones que les mantendrán en la miseria.
Creo que finalmente Cataluña logrará la independencia, más
per demerito del estado que por mérito nuestro, pero no sé cómo se hará porqué
España nunca ha escatimado esfuerzos para oprimir a sus pueblos, como nos recuerda
la historia.
Ahora parece que
vuelve a tener la tentación de emplear la represión para impedir el proceso,
pero ¿cuánto tiempo podrá aguantar en pleno siglo XXI con una quinta parte del
país sometido a amenazas? Si en vez de enamorar a sus habitantes, el estado
solo puede intimidarlos, se merece que se le vayan todos, no solo unos cuantos.
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