Que el gobierno
del PP no gestiona para los ciudadanos, sino para aquellas grandes compañías
que puedan contratarles cuando acaben la legislatura, debe ponerlo en duda ya
poca gente.
Un ejemplo es la
ley que sanciona el autoconsumo energético. Que un país con el sol, el viento y
la costa que tienen España haga una norma así, solo se explica si su impulsor espera
colocarse en una eléctrica cuando acabe el mandato.
La ley no esconde
su objetivo de proteger a las compañías de las pérdidas, en perjuicio de los consumidores
que fabriquen su propia energía. Es una norma prepotente que no pretende
mejorar la vida de los ciudadanos, sino mantener los privilegios de las
eléctricas asustando al personal.
Que la ley es tan
absurda como inútil, lo demuestra el hecho de que el estado aún no ha impuesto
ninguna multa por su incumplimiento, cosa que no es de extrañar, teniendo en
cuenta el ridículo que haría si los denunciados llevaran tales multas a Europa,
cuando esta ya ha pedido que en 2020 el 20% de la energía consumida en todo el
continente sea renovable.
Ante tal
requerimiento europeo, ¿qué propone España? Garantizar el proteccionismo más
rancio, multar a los consumidores o meterles en prisión y enviar a la Guardia Civil
a desmantelar placas solares, baterías Tesla u otros dispositivos a los hogares
particulares. Todo ello para asegurarse alguna plaza en un consejo de
administración.
Lo más curioso
del caso es que tal legislación será muy perjudicial para las mismas empresas si,
en vez de modernizarse, diversificarse y entrar en el mercado de las energías
alternativas, se acomodan a la sombra del estado y siguen abusando de las
tarifas, porque cuando los ciudadanos adviertan que la ley está hecha en su contra
y le pierdan el miedo, la caída de las eléctricas será imparable.
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