Y es que por más
que presuman, no permiten que se cuestione un modelo de estado, heredero del
fascismo proscrito en todo el mundo, e impuesto por un dictador asesino a base
de miedo y represión.
Aseguran que
todos somos iguales, pero no se puede juzgar a un exjefe del estado, pese a que
su propio hijo, y la Fiscalía, han reconocido sus prácticas irregulares,
después de ser denunciadas por la prensa internacional.
Proclaman la
soberanía popular, pero controlan de qué se puede hablar o no en un parlamento “democrático”
y, si no les gusta el resultado de las elecciones, no dudan en vetarlo y
cambiarlo a su antojo.
Todo vale para
mantener un régimen que les va bien a unos pocos, pero sobre el cual no se
atreven a preguntar por si los ciudadanos no lo ven tan ideal como quieren
hacernos creer.
Porque los ciudadanos
les importan poco, solo velan por los privilegiados, por eso el Presidente
del Supremo, Carlos Lesmes, reconoció
que “la ley está pensada para el robagallinas, no para el gran defraudador”.
En definitiva,
mejor que sigan cacareando que esto es un país serio y una democracia plena (Franco
también presumía de democracia orgánica), porque se parece tanto una dictadura
de pacotilla, que cualquier observador podría confundirlo fácilmente.
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