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En el primer libro de Samuel (6:4-20), XI siglos A.C., los israelitas le pidieron al profeta que les diera un rey.
Samuel lo consultó con Yavé, y este le dijo al profeta la opinión que le merecían los reyes, y le pidió que lo transmitiera a su pueblo y que les dijera cómo les trataría un rey.
Tomará a vuestros hijos les hará labrar sus campos, recolectar sus mieses, fabricar sus armas de guerra. Tomará a vuestras hijas para perfumeras, cocineras y panaderas.
Tomará vuestros mejores campos, viñas y olivares, y los dará a sus servidores. Diezmará vuestras cosechas. Tomará vuestros mejores bueyes y asnos para emplearlos en sus obras. Diezmará vuestros rebaños y vosotros mismos seréis esclavos suyos.
Por eso sorprende que, siendo tan de misa, XXXII siglos después de que Dios recomendara quitarse de encima a los reyes, España continue orgullosa de tener una monarquía.
O nos lo han ocultado, o no nos lo han explicado bien, o, simplemente, es que somos parte de los que, cuando Pilatos preguntaba a quién debía liberar en la Pascua, gritaban: “A Barrabás, el ladrón”. Y así nos va.
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