martes, 6 de noviembre de 2012

La declaración de independencia

Las líneas iniciales de la declaración de independencia de los Estados Unidos ofrecen una importante referencia moral que pueden enseñarnos mucho en estos momentos tan delicados de la relación entre Cataluña y España. Quien piense que una constitución, hecha por los hombres para evitar caer de nuevo en la noche de la historia,  puede parar la voluntad de un pueblo, debería reflexionar ante estas palabras.


 Cuando, en el curso del devenir humano, un pueblo se ve obligado a disolver los lazos políticos que lo unían a otro, asumiendo entre las potencias de la tierra el puesto separado e igual a que las leyes naturales y el Dios de la naturaleza le dan derecho, un honesto respeto por la opinión de la humanidad le exige que declare las causas que le impulsan a la separación. 

Tenemos las siguientes verdades por evidentes en sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que su creador les ha otorgado derechos inherentes e inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad  y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres gobiernos cuyos poderes legítimos emanan del consentimiento de los gobernados; que cuando una forma cualquiera de gobierno pone en peligro esos fines, el pueblo tiene derecho a alterar o abolir y a instituir un nuevo gobierno, fundamentándolo en los principios, y organizando sus poderes en la forma, que a su juicio le ofrezca más posibilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. 

La prudencia, ciertamente, aconseja no cambiar por razones pasajeras y baladíes, un gobierno en antiguo establecido, y la experiencia demuestra que los hombres están más dispuestos a padecer, si el mal es tolerable, que a hacerse justicia aboliendo formas a las que están acostumbrados. 

Más cuando una larga serie de abusos y usurpaciones iniciada en un período determinado persigue invariablemente el mismo objetivo, revelando el designio de someterlos a un despotismo absoluto, tienen el derecho y el deber de derrocar a ese gobierno y establecer nuevas salvaguardias para su seguridad en el futuro. 





Thomas Jefferson (1743 – 1826)
Tercer presidente de los Estados Unidos
y uno de los padres de la independencia norteamericana

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